martes, 13 de septiembre de 2011

Un día perfecto


Marisa se levantó a las  siete como todos los días, pero no por el sonido del despertador, sino por el aroma de medialunas recién horneadas. Incrédula fue hasta la cocina, y grande fue su sorpresa al encontrar el desayuno servido, una humeante taza de café con leche, crocantes medialunas untadas con manteca y dulce de frutilla, una rosa roja terminaba el increíble cuadro. Se sentó a la mesa, con una radiante sonrisa, mientras pensaba cómo era posible. Luego se dio una ducha tibia, el agua refrescaba su cuerpo sintiendo sus energías renovadas. Se vistió con su mejor conjunto, el que reservaba para especiales ocasiones. Estaba radiante, y así se sentía.
Al llegar a la parada del colectivo, este llegó en ese preciso instante, el chofer le sonrió, tomó su boleto, encontró un asiento libre y mientras se sentaba se preguntó que pasaba hoy, que no estaba abarrotado de gente que la empujaba ni aprisionaba.
Llegó a la oficina y una entusiasmada Alicia la recibió avisándole que el jefe había avisado que hoy no vendría. Marisa sintió que el día de hoy no podía ser más perfecto. Pero se equivocaba.
Gustavo que nunca ni siquiera la miraba, se acercó al verla llegar y le sonrió, haciéndola temblar ligeramente.
-Me gustaría invitarte a almorzar, escuche que hoy no viene “el jefe” – dijo mientras le guiñaba un ojo.
-Claro, me encantaría.
En su escritorio encontró un sobre, con el logo de la empresa. Lo abrió con cierta aprensión, y el grito de sorpresa hizo que todos la miraran ansiosos. Le comunicaban que la promovían en el cargo con el consiguiente aumento de sueldo. Lágrimas de emoción cayeron sin que pudiera evitarlo, lo había esperado tanto…Se hicieron las doce y media casi sin darse cuenta, Gustavo la miraba desde la puerta de su oficina.
-Vamos?
Y sin decir nada más le tomó la mano, mientras sus compañeros los miraban con una mezcla de complicidad y envidia poco disimulada.
Marisa se sentía exultante, el día radiante parecía un espejo de su alma.
Gustavo la llevó a la plaza, y le pidió que la esperara un minuto. No podía creer cuando lo vio aparecer al instante con una canasta y unas flores. Extendió un mantel a cuadros blancos y rojos en el pasto, la invitó a sentarse mientras el acomodaba quesos, uvas, tostadas, y otros manjares. Parecía una escena robada de una película, se restregó los ojos incrédula, pero cuando Gustavo la besó supo que no estaba soñando. Todo su cuerpo se estremeció.
Terminaron de almorzar, caminaron abrazados, sintiéndose tan cerca, tan increíblemente unidos.
A la noche, Marisa no podía dormirse, no quería que ese día terminara nunca…

Angela dobló la hoja cuidadosamente, la puso en el sobre que tenía preparado y escribió con una caligrafía clara y redondeada: "Concurso Literario".


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