lunes, 30 de junio de 2014

Contra la corriente

Fue un viaje largo. El lugar donde nos trajeron es oscuro. No me gusta. Prefiero el aire libre. No tengo con quién hablar. Ellos creen que soy un inadaptado. Que voy contra mi naturaleza. Me importa poco lo que piensan. Tiene que haber otros como yo, que quieran rebelarse, aún a costa de nuestra propia vida. Nacimos para matar, para destruir, para hacer el mal. Cuanto más daño hagamos más nos valoran. Estamos en este sótano apilados: rifles, escopetas, granadas, revólveres...Hay cientos, miles... Perdí la cuenta. Somos muy valiosos, nos tratan con cuidado. Aún así yo no nací para esto. Vaya a saber qué material hay en mí que me hace rebelde, navego contra la corriente, con la esperanza que haya otros como yo, sólo no puedo hacer mucho. Intento correr la voz, que nos alcemos contra este destino cruel, que no sigamos destruyendo.
¡Ayuda!-
Nadie me responde. Están acostumbrados a mis reclamos, a mis lamentos...
De pronto alguien me toca, siento una tibieza inesperada. Una dulce voz me encara.
- Me costó mucho llegar hasta aquí, estaba en otro cargamento, escuché de vos y no paré hasta encontrarte. Tu pedido de ayuda terminó de ubicarme. Miré hacia atrás y vi a la escopeta más sexy que jamás haya conocido. Sus formas eran fantásticas, con curvas aerodinámicas y un color especial.
Hablamos en susurros para que nadie nos delatara. Me contó que hace unos meses mató a unos jóvenes y eso la hizo reflexionar. Estaba totalmente de acuerdo conmigo que había que terminar con esta guerra absurda.
Quedamos en encontrarnos más tarde cuando todos durmieran. Fue imposible. A medianoche vinieron a buscarnos. Miles de hombres nos cargaron y comenzaron a usarnos. No supe más nada de ella. Muertes, humo y pólvora es lo último que recuerdo. Cuando desperté ella estaba a mi lado. El sol calentaba mi cuerpo y me sentía liviano.
-¿Dónde estoy? pregunté con una voz que no reconocí como propia.
Estamos a salvo me contestó. Y volví a dormirme.

miércoles, 25 de junio de 2014

Adiós amor...

                                                                       
 Buenos Aires, 17 de junio de 2014

Querido Andrés:
                              Sé que cuando recibas estas líneas estarás a miles de kilometros, preparándote y organizando tu nueva vida, tan lejos mio. Mi carta te sorprenderá mucho. Prometo ser breve, conozco de sobra cuánto valor le das al tiempo.
Si pudiera odiar, te odiaria. Odio que no me ames, que nunca te hayas fijado en mi. Odiar me deja sin energías, por eso elijo otro camino, más sútil y mucho más efectivo. Desde el momento que anunciaste tu traslado a las oficinas de Tokyo, hace cinco meses, incluí en tu café de cada mañana pequeñas dosis de un preparado muy efectivo, no deja ningún rastro, mientras hace su trabajo. Muy pronto comenzarás a sentir los síntomas sin que puedas hacer nada, no existe antídoto en el mundo. Odio el odio y odio a los que odian, habiendo caminos mucho más fáciles y discretos. Nunca existí para vos, una secretaria gris e invisible, un ser que opacaste con tu luz. Te conformaste con mi eficiencia, no pudiste ver más allá, no reparaste en la mujer apasionada  que escondida tras las gafas y un atuendo recatado clamaba por tu amor.  Creeme que lo siento.

     Nos reencontraremos en el infierno,
                                                                      siempre tuya
                                                                                                 Gladys

lunes, 16 de junio de 2014

Reflejo

Tomé el té con leche y la vi. Estaba ahí, en el fondo. Me miraba con los ojos muy abiertos. Comencé a mover mis cejas y ella repetía mi gesto. No podía alejarme, porque entonces desaparecía. Estaba atrapada. Mi mamá me dijo algo pero no la escuché. Seguía mirando fijamente esa cara que a su vez me miraba. No se cuanto tiempo pasó. Mi madre pegó un grito que me hizo sacudir la taza y mancharme la blusa.
¿ Siempre lo mismo con vos? ¡Andá a cambiarte que vas a llegar tarde a la escuela!
Me agarró del brazo. Yo seguía aferrada a mi té. Forcejeamos y la taza cayó al suelo haciendose añicos. Ella desapareció para siempre.
- ¡La mataste! ¡Nunca te lo voy a perdonar! grité.
Mi mamá me miró sin entender. Luego sonrió. Me fui a mi cuarto ofendida.
Cuando volví a la cocina una nueva taza de humeante té me esperaba en la mesa. Corrí hacia ella y la vi.¡Era la misma!  Abracé a mi mamá agradeciéndole en silencio por haberla salvado.