lunes, 8 de diciembre de 2014

Las botas nuevas

Caminaba distraída. De pronto las vi. Pregunté el precio y me fui. Era mucho más de lo que podía permitirme. Seguí caminando sin que pudiera sacármelas de la cabeza. Era una lucha interna entre el querer y el deber. Arrastrando los pies volví. Evidentemente ganó el querer. Utilicé un argumento convincente. Realmente las necesitaba Y si bien no eran baratas, eran de calidad, y las cosas buenas salen caras decía mi abuela. La vendedora sonrió al verme. Disfrutaba por anticipado el llanto de mi billetera. Me trajo el par.
- Son australianas, valen cada centavo. No te vas a arrepentir.
Me descalcé e intenté ponermelas. No me entraban. Una mezcla de alegría y desilusión se apoderó de mi.
- Es sólo al principio. Luego se amoldan. Es tu número, empujá.
Las botas no tenían cierre ni broche. Un elástico a los costados hacía el trabajo.
Transpirando logré calzarme. Eran realmente cómodas. No me apretaban y mis cansados pies parecían agradecidos.
- Las llevo.
Después de tres cómodas cuotas sin interés y un gran remordimiento me fui.
A la mañana me levanté con el tiempo justo para llegar al trabajo. Por suerte me había preparado la ropa. Calzarme las nuevas botas me llevó más tiempo del calculado. Cuando estaba a punto de rendirme y devolverlas, lo conseguí. Estaba a mitad de camino. Por supuesto que llegué tarde, el disgusto se compensó con las miradas envidiosas y admiradas de mis compañeras.
Durante el día me olvidé de mis botas nuevas. Eran realmente cómodas.
El problema surgió cuando llegué a casa y traté de descalzarme. La bota no cedía. Intenté un pie, luego el otro. Y nada. Estuve así una hora. Me sentía estúpida. ¿ A quién podría pedirle ayuda? No había caso. Quería darme una ducha. Con no poca dificultad pude desvestirme. Revestí las botas con bolsas de nylon y me bañé. Logré relajarme bastante. Volví a intentarlo. Nada. Me pareció que las botas sonreían, estaban adheridas a mis pies. Me fui a dormir.
Al día siguiente llegué puntual al trabajo.